domingo, 16 de junio de 2013
El fin del siglo XX (I)
Brandy era un broker pobre en 1990. Vivía en un ático sin ascensor, con una terraza de suelo de zinc donde invitaba a sus amantes a cenar. Después de varias pequeñas inversiones imposibles, comenzó a desfalcar a su empresa. Guardaba el dinero tras un tablero de corcho en la pared, y lo despreciaba tanto que a veces deseaba que no quedasen billetes en el sobre. Total, la mayor parte de ese dinero iba al bolsillo de sus camellos. Brandy también amaba la literatura, pero cada vez que comenzaba a escribir su gran obra, se encasquillaba en la segunda frase, justo después de "El gran escritor arrojó sus calcetines sucios hacia el oeste..." Autobiográfico....Una mañana se dio cuenta de que deseaba meterse cocaína más que desayunar. A partir de entonces se tomaba una tapa de tortilla y un café en el bar de la esquina y acto seguido se metía una pequeña raya en su nariz sangrienta para afrontar el día con cierto ánimo. La droga mentirosa la llamaban...a Brandy nunca le mintió la cocaína siempre le dijo a verdad: Te voy a matar, como te des la vuelta. Brandy tuvo una novia muchos años, antes de lanzarse por el tobogán del desenfreno. Se llamaba Alma, sus padres le pusieron ese nombre por Alma Mahler. Era culta y quería a Brandy, a pesar de todas las putadas que le hizo. Alma se fue y volvió varias veces, pero ahora parecía que lo había dejado para siempre. Ella llevaba unos meses en Barcelona, donde la contrató una famosa editorial. A Brandy se le hacía duro que su novia caminara por la senda del éxito mientras el se jugaba el palmito en garitos de mala muerte para conseguir cocaína tan adulterada con ciclosporina que podría curar a un enfermo de alzheimer. El la quería tanto, que hasta estaría dispuesto a serle casi fiel. El nunca pudo acabar una carrera, ella era filóloga. Ella le dijo: Este es mi mundo, ven. El intentó ir, pero tropezaba todos los días con las piedras...de cocaína, con otras mujeres, con el rock duro de su trayectoria. Una mañana se presentaron en su casa unos compañeros de la oficina. Le dijeron que lo habían pillado. Que por ser hijo de quien era le ofrecían desaparecer una temporada de la circulación y curarse de su adicción, que a cambio no llamarían a la Policía. Era un 13 de enero de 1990. Brandy bajó los 133 escalones de su casa con su vieja mochila cargada de ropa arrugada, se subió en su Fiat Tipo GT al que hacía tiempo que le entraba agua por el techo y comenzó el viaje más duro de su vida, en el circularía por la peligrosa carretera de sus demonios...antes de llegar al monasterio cisterciense donde se iba a recluir unos días, paró en Orense, para visitar a su amante más bella a la que comenzó reclamándole sexo salvaje y terminó implorándole calor. Después continuó el viaje, con los dientes de ella marcados en su sexo. Comenzaba a anochecer cuando el Fiat llegó a la puerta del claustro gótico. El monasterio más grande de Galicia, impresionaba con la escenografía de los montes nevados al fondo y el río, casi helado, que continuaba su curso bajo el muro del cenobio. Brandy tañió la campana y el silencio le contestó. Eran las 8 de la tarde-noche. Entonces se fijó en un pequeño marco verde y en unas palabras tras un cristal. Encendió el mechero y apenas pudo leer: "Monasterio de clausura, horario de visitantes de 3 a 5 de la tarde". Brandy no tenía cocaína ni gasolina. Apenas contaba con la mínima esperanza del silencio...
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