sábado, 2 de febrero de 2013
El hundimiento
Estoy jodido y no os puedo decir por qué. No os puedo decir que es porque tengo problemas en el trabajo, en mi mente y en mi país ¿Se puede pedir más? Afortunadamente los problemas de mi país son tan descomunales que me sirven para diluir los míos propios. Gracias señores de todos los gobiernos por hacer lo que mejor sabéis: En vez de resolver los problemas del pueblo, crear unos nuevos. En Alemania dimitió un político porque se descubrió que plagió una parte de su tesis universitaria. Aquí no dimite ni dios, ni siquiera los entrenadores de fútbol. Estoy jodido, sí, pero me dice el señor pequeñito que vive dentro de mi cabeza que debo ser optimista, claro que eso lo dice un enano elegante que usa mi glándula pineal como un tobogán. Ahora te diré, amiga mía, algo que no te va a gustar: Los políticos somos nosotros. Sí, ya sé, que no todos somos iguales y blablabla. Pero ahora que veo a tiro el hundimiento del gobierno del estado a causa del nauseabundo hedor del cohecho, recuerdo que pasa lo mismo en el club de fútbol del que soy socio, y también en mi comunidad de vecinos y en el centro cívico donde a veces hojeo la prensa. Sí, dale un cargo, un despacho o un quesito de poder a cualquiera y la mayoría se corromperán y cultivarán sobre si mismos las peores cepas de hongos, esas que aceleran la putrefacción. Recuerdo a los acomodadores de los cines de barrio, esos personajes que vestían raídas levitas y galones, ellos impartían justicia, abusaban del poder y eran fácilmente corrompibles si les dabas una peseta (Eran capaces de echar a alguien de su butaca para colocar al sobornante). Roma se hundió y el Titanic también, y la corrupción y la soberbia tuvieron mucho que ver. He conocido a algunos de los tipos que ahora salen acusados en los periódicos. Os aseguro que acaban convencidos de que están siendo maltratados, que ellos se sacrifican excepcionalmente por la sociedad y que los sobornos que han cobrado sólo son pequeñas irregularidades que no pagan ni de lejos su dedicación a la función pública y al partido. El señor pequeñito que habita mi cráneo, suele ser voraz y radical, pero parece un bendito al lado de los que han diseñado la estructura dramática de este espectáculo que se llama sociedad occidental. Voy a sobornar al acomodador a ver si encuentra otra butaca dónde se pueda contemplar algo de bellaza en esta terrible obra de teatro. Otra opción es interrumpir la obra a gritos, pero te pueden meter en la cárcel o no dejar entrar en ningún teatro. Lo que me queda es irme de la sala, pero todavía soy muy joven para eso...
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