Llegaron en el viejo Opel jadeante. Subieron por las estrechas calles del barrio alto, dónde un viejo tranvía los emboscó hasta que lograron maniobrar sobre los adoquines mojados. Era verano en Lisboa pero nadie se separaba de su paraguas negro. Aparcaron delante de la "Pensao do niño das aguias" Encontraron confortable la amplia y anticuada habitación que daba al jardín con cenador elevado. Impresionantes las vistas a La Alfama. Hicieron el amor como si fuese la última vez, y casi fue la última vez...
A la mañana siguiente, descubrieron que les habían robado todo lo que guardaban en el coche: Equipaje, tienda de campaña, sacos de dormir, radio-cassete...todo. Descubrieron que Lisboa tenía una comisaría sólo para los extranjeros. Ella se puso muy nerviosa, era de fuerte carácter y empezó a gritarle en el coche. Él casi nunca se enfadaba, pero ese día impactó su puño contra la consola del viejo Opel y casi lo parte en dos. Ella se calló. Llegaron a la comisaría, vieron a un inglés metiéndose en su coche por una ventanilla rota, decenas de personas haciendo cola. No pusieron la denuncia, pero comprendieron que la última arena de su amor, estaba llegando al fondo del cristal...
El puente Vasco de Gama se agitaba entre la niebla. El viejo Opel lo cruzaba jadeante. Él ni siquiera le disputó el volante a ella. Siempre peleaban por conducir. Pero se querían, como después, demasiado tarde, se demostró.
Ahora el bochorno se tornó insoportable, la humedad en el aire apenas lo dejaba respirar a él.
"No pasa el viento, cielo no hay que sienta.
Llueve lejana e indistintamente,como una cosa cierta que nos mienta,como un deseo grande que nos miente.Llueve. Nada en mí siente..."
Visitaron el castillo de S. Jorge. Hicieron fotos y entre las almenas se dieron algunos besos en los labios.
Ambos sabían que escribían el último capítulo. Ambos estaban demasiado cansados como para luchar por el otro. Ella deslumbrada por el brillo de la capital, él resignado a no haber sido el hombre que debió ser.
Se fueron de Lisboa el mismo día que él terminó de leer "Sostiene Pererira" de Tabucchi.
Los meses siguientes fueron una cordial despedida. Un amargo pensamiento común que nadie se atrevía a formular. Hasta ese día en la estación de Chamartin. Ella vestía un jersey de punto blanco que le sentaba muy bien, él sólo vaqueros y sudadera. ¿No será mejor dejarlo? Dijo ella. Es igual, dijo él, al final siempre volvemos. Entonces bajó al andén del tren, y se equivocó...
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