Número de visitas

viernes, 16 de enero de 2015

MARIMBA CUMBÉ


                                           

Cada madrugada atendíamos la barra de La Marimba, El Capitan Haddock, Búfalo Bill y yo. Después de trabajar todo el día como chiringuito de playa, a las 12 de la noche cerrábamos las puertas y durante dos horas se hacía un tenso silencio que respetaban hasta las ratas. A partir de las 2, llegaban los percebeiros furtivos, a las 3, la chusma del barrio, a las 4, los pijos de las discotecas y a partir de las 5 los chulo putas y los bohemios.

Boxeadores noqueados, pescadores alcohólicos y delincuentes en la reserva eran nuestros principales activos, todos en busca del manantial de la noche...

Pero del manantial de la noche no fluía agua, sino Ballantines. Todavía recuerdo a S. el marinero que se ahogó por ir a pescar nécoras en su chalana y olvidar que la cocaína no era el combustible adecuado para su motor. O a C. el guardia jurado que todas las noches se metía 2 copazos de brandy antes de trabajar, aunque un día se sintió tan envalentonado que retó a un chorizo a un duelo y acabó con un estilete en los riñones.

La Marimba olía a güisqui, hachís, madera y mierda. Era una gran caseta de madera, construida en la roca, con múltiples recovecos y un patio interior con un escenario en el que una elegante big band de madera con pintura fluorescente animaba a los bailarines, que borrachos creían realizar bellas coreografías sobre la pista de cemento. Cuadros de importantes pintores adornaban sus paredes desconchadas, algunos donados a cambio de copas y paellas y el techo estaba forrado por arpillera, para disimular las mil imperfecciones de la madera carcomida. Antes de nuestra gerencia, la Marimba era un tapadillo al que se accedía por una puerta trasera. Los señores y sus amantes, putas o queridas siempre tenían un reservado cutre de un metro de ancho y tres de largo con un sillon de skay y una mesita, donde por mil pesetas, un discreto camarero les traía un kilo de percebes, una botella de vino y dos condones. Muchos no acababan los percebes.

Pero no todo en la marimba era sarna y malas hierbas. Se alzaba sobre una pequeña playa de aguas tranquilas y su extraña belleza y horarios intempestivos atraían a importantes artistas y a exóticas modelos que pasaban por la ciudad. Así pude conocer a importantes escritores, músicos de rock, políticos, millonarios y putas.

Cuando vives de noche, deseas que nunca amanezca para que la caja siga engordando, pero si tus neuronas todavía se agitan, harán lo posible para que huyas de ahí cuando salga la primera diligencia.

Aquella noche, en la que una modelo francesa se encaprichó de mí, no podía sospechar, que no estaba borracha, sino que era esquizofrénica. Bailamos con Pink Floyd y con Machín. Se me rompió el corazón cuando se la llevaron mis colegas a un psiquiátrico, después de tres días de espectáculo y locura, en los que se paseaba desnuda por el bar o con extraños modelos que fabricaba con retales de fibra de vidrio.

Acabé abominando la noche y las nécoras, que nos traían cada madrugada los pescadores, entre pulpos, congrios, salmonetes y viejos que pescaban con sus nasas o sus trasmallos.

Los amaneceres, en cambio, eran limpios y silenciosos. Como si el nuevo día fuese capaz por si sólo de silenciar el eco sórdido de una noche incendiaria, que dábamos por buena, si no aparecía ningún cadáver en la ensenada...

                                      (En memoria de José Luis Alvite)


No hay comentarios: