Número de visitas

miércoles, 20 de agosto de 2008

LA MUERTE FUMO OPIO EN WHUN-YHU


El Fumador Solitario traspasó el umbral tenebroso y después de una leve vacilación, accedió a la Sala de la Muerte. Una prostituta de Kanma-Hala le indicó con una seña que la siguiese. Esquivaron los cuerpos perdidos que se hacinaban en el suelo y después recorrieron los laberintos donde aspiraron el humo dulzón del opio mezclado con el sudor de los hombres fatigados. La prostituta de Kanma-Hala le mostró una colchoneta menos sucia que las demás para que se postrara. El Fumador se acurrucó sobre la piel gastada de su lecho. Miró recelosamente alrededor y sólo alcanzó a ver sombras abatidas entre la densa humareda. La tenue luz rojiza alumbraba espectros. Cuando llegó la pipa en una bandeja de caoba, se dio cuenta de que su condición de forastero solo le iba a servir para que los piratas del Río Wun Yhu fijaran sus ojos felinos en él. Después de aspirar la primera bocanada de humo, su instinto protector lo abandonó. ¿Por que iba a ser peor morir en Oriente que en cualquier otro lugar del mundo? ¿Acaso Dios no habitaba los sórdidos rincones de esas lejanas tierras? Todo a su alrededor comenzaba a adquirir nuevos volúmenes, los objetos sugeridos y esos espectros encarnados levitaban en armonía con la laxitud de sus pensamientos. Si acaso una fugaz mirada de tigre le sugería la cercanía de la muerte, el Fumador Solitario apuraba su pipa como si fuese la última toma del pecho materno. Hacía tiempo que Dios había abandonado a los fumadores de opio y estos, no contentos con su suerte, se empeñaban en alcanzar la inmortalidad a través de la mortificación y del dulce sueño.

El Fumador Solitario pudo distinguir sin dificultad la horrible figura de La Muerte entre el humo y los espectros. Entonces se sorprendió de que sus últimos pensamientos no fueran imágenes del libro de su vida, ni de sus amores eternos ni de su desesperada necesidad de creer en Dios. No. Su último pensamiento fue para una mujer a la que nunca había visto y con la que únicamente había intercambiado unas breves y delicadas cartas de amor. La Muerte le dijo: " Todos los hombres a los que recibo, dedican su último suspiro no a las historias vividas, esas ya han sido catadas en cálices dorados, de vinos sublimes o de vinagres despreciables, todos los hombres, cuando mueren, anhelan las historias que nunca podrán aprehender".