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lunes, 13 de septiembre de 2021

El otoño del jefe

Ahora que llega el otoño, Ismael se ha dado cuenta de que está solo. Hace años que no tiene una relación seria con nadie, ni siquiera con sus dos hijas que viven lejos. La salud tampoco lo acompaña en exceso. Ese infarto hace 10 años, cuando todavía era el jefe de la sucursal, lo convirtió en pensionista. Dejó de practicar pádel y escasamente camina 300 metros de paseo marítimo sin sentir agotamiento. Y lo hace por orden judicial de su médico. Ismael nunca pensó que la empresa fuera a dejarlo tirado. Ni siquiera una placa de alpaca y una cena de jubilación. Nada. Antes, a Ismael le miraban con admiración todas las porteras del barrio mientras caminaba luciendo su blasier azul y su camisa almidonada con gemelos de oro. Al llegar a la sucursal, todos los empleados miraban hacia sus ordenadores y lo saludaban afablemente. Dolores la comercial, Javier de riesgos, Varela de contabilidad y así los 8 empleados que llegó a tener. Todavía recuerda las intensas noches con los clientes de Lugo, copiosas cenas en los mejores restaurantes que pasaba como dietas y después bebiendo gin tonics en algún club de carretera mientras firmaba contratos en servilletas manchadas de carmín. Ismael recuerda que entonces era feliz. Se había casado con Eva, una enfermera guapa que dejó su trabajo cuándo se quedó embarazada. Se llevaban razonablemente bien y habían criado a dos hijas preciosas. Recuerda Ismael, que trabajaba muchas horas y quizás no vio a sus hijas actuar muchas veces en las fiestas del cole. Eva también se quejaba de que llegaba muy tarde, que no le dedicaba mucho tiempo a ella ni a las niñas. Menos mal que Eva nunca se enteró de que Ismael estuvo 15 años liado con Mara, que vivía cerca de la sucursal. A veces en 20 minutos subía a casa de Mara, le hacía el amor salvajemente, se duchaba con gel sin aroma y volvía a trabajar como si nada. Ismael nunca le dio importancia a esa relación. Aunque Mara muchas veces le pedia más. Un poco de cariño nada más. Ismael dejó de acostarse con Mara cuándo ella comenzó a deprimirse y a llorar cada vez que se despedían en sus breves encuentros sexuales. Ahora Ismael está solo. Con suerte, sus hijas lo visitan dos veces al año. Sus padres han fallecido. Ya no juega al pádel. Ya no tiene amante. Su esposa se fue. Sus ex-empleados apenas lo saludan por la calle. Él creía que el crepúsculo no sería así. Ismael no cocina más allá de una tortilla francesa aceitosa o unos espaguettis con tomate Solis. Y ese dolor...desde que le dio el infarto todas las tardes sufre un intenso dolor en la pierna. Ningún analgésico lo alivia. Por eso nunca sale por las tardes. El otoño llega y la juventud se va a freir puñetas. ¿Dónde han ido todos esos amigos de antaño? A Ismael tampoco le gusta que lo vean así. Solamente habla de fútbol con el portero de la finca, que le regala huevos de la aldea y a veces grelos que el gran director de sucursal no sabe cocinar. Ismael ahora se da cuenta de que no debió colocar esas preferentes a tantos clientes, sabiendo que eran basura...