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lunes, 7 de diciembre de 2015

La memoria del aire



Ahora que empiezo a respirar de nuevo recuerdo una frase de José Luis Sampedro: "Quizás el error es pensar que es el ocaso cuándo en realidad se trata del alba" Y así sin más entro en el difícil tema de la muerte. Envidio la actitud de Darío, un humilde y anciano obrero con el que tuve el honor de compartir habitación de hospital "Si me vuelve a pasar esto, la próxima vez me muero y punto" Darío nació en una casa de labranza y su padre falleció cuando él tenia tres años. En aquella época el dinero no existía ni en sueños. Pasaba el día cavando zanjas en el monte, y al anochecer le pagaban con un atado de madera o un cuartillo de maíz. Darío me contó, cuándo ambos libábamos sueros y antibióticos, que conoció a Saturna en una fiesta y que con 18 años se casaron y se fueron a vivir con su madre, dónde tuvieron su primer hijo. Que para escapar de la miseria, consiguió trabajo de peón en el Embalse de Belesar, dónde fallecieron más obreros de lo que se sabe. Que años después, emigró a Suiza, dónde pagaban bien pero había días en los que era incapaz de horadar la tierra helada. Pero querida amiga, estaba hablando de la muerte, y sin querer hablé de la vida de otros que habitaron tan lejos y tan cerca, porque ellos somos nosotros. Al final todos compartimos un tiempo que se nos escapa entre las manos, como si intentásemos beber nuestros sueños en recipientes imposibles de vidrio. Todavía me tiemblan los dedos. Nadie las tiene todas consigo cuando crees ver la luz y yo soy tan cobarde como cualquiera. Quizás haya estado muy lejos de ella, pero me pareció ver su capa negra cabalgando por los pasillos asépticos, porque si la gente muriese tranquilamente en sus camas, todo sería más fácil e incluso alguien podría pensar que la muerte es tan natural como el rock and roll. Darío y yo nos curamos, me dijo que había estado conmigo como si fuese su hermano. Ahora miro por la ventana, veo los árboles deshojados creando manos sarmentosas que acarician la memoria del viento. Porque, amiga mía, soy tan tonto, que ya me he olvidado de que estuve a punto de palmarla...