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viernes, 28 de agosto de 2020

La Piscina

 




Hilario era un tipo superficial y cuarentón.

Había trabajado muchos años de ejecutivillo en una multinacional de la moda, pero un día se le complicó un esguince y le dieron la invalidez permanente. El accidente se produjo al meter el pie en una arqueta sin rejilla de la enorme nave industrial de su empresa, por lo que además se llevó una indemnización jugosa y la máxima pensión con la que podría soñar.

Hilario era un tío deportista, pero ahora no podía hacer deporte.

Se compró una gran casa de campo en las afueras de la ciudad, con piscina climatizada, sala de cine, casi una hectárea de terreno, dos canelos y un pollino.

Hilario se había divorciado hacía 2 años, cuando Bety, su mujer, lo descubrió en la mesa de juntas tirándose a Eva Cabrera, jefa de recursos humanos. No consiguió convencer a Bety de que se trataba de un ejercicio de Mindfulness.

Desde su divorcio y hasta su retiro de pensionista, sólo había mantenido algún escarceo con una chica de facturación delgadita y con la robusta madre de un compañero de su hijo (Hilarito estudiaba ahora en un prestigioso internado de Kentucky, dónde a cambio de una pasta gansa volvían los chicos con licenciatura internacional y máster bajo el brazo).

Hilario, ahora estaba empezando a engordar en su finca. Apenas nadaba en la piscina y tenía dificultades para pasear por su leve minusvalía. Sus compañeros de trabajo, hacía tiempo que ya no aparcaban sus Lexus en la finca de Hilario. Si no estás en la empresa, ya no eres nadie.

Comenzó a alternar con algunas chicas que trabajaban en un club cercano a su finca. El proxeneta era su vecino, un buen vecino que a veces lo visitaba para tomar güisqui y hacerse unas rayas. Le presentó a varias dominicanas y a una rumana que a cambio de coca, risas y regalos se acostaban con él y jugaban a ser artistas del porno. Estas chicas, de vidas difíciles, eran lo más parecido a una familia que le quedaba a Hilario, además de su pollino Amancio.

Un día Hilario se encontró muy fatigado. Creyó que era la resaca de bourbon y cocaína.

-       -   ¿Hilario Romero?

-        -  Soy yo doctor.

-          -Voy a hablar claro. Padece usted un cáncer de pulmón de grado 4 con metástasis en el cerebro.

-         -  ¡Cojonudo doctor!

Después de 3 meses de quimioterapia, el cáncer seguía su curso inexorable. Hilario trató de arreglar todos sus asuntos terrenales y estar a bien con su ex mujer, su hijo, que permanecía en USA y su hermano, un picapleitos vividor al que apenas veía.

Afortunadamente, Hilario era superficial, lo que le ayudaba a sufrir menos en sus últimas semanas de vida.

Lentamente se fue convirtiendo en un ermitaño. Solo veía a Lola, la señora de la limpieza que además le cocinaba y al equipo médico que cada mañana lo visitaba y le administraba sueros y medicinas.

Entonces Hilario, decidió quitarse la vida.

Era el fin del verano, bandadas de pájaros sobrevolaban su finca. Ya había regalado sus perros y su pollino a unos vecinos. Como era superficial, no sufrió mucho por deshacerse de esos nobles animales. Unas nubes grises tamizaban la luz del atardecer creando un ambiente vaporoso y amarillo. Olía a hierba recién cortada y una suave brisa acompañó a Hilario cuando con ayuda de una muleta, y arrastrando penosamente el carrito de la bombona de oxígeno, se metió dentro de la estructura abovedada de la piscina y cerró la puerta tras de sí.

La temperatura de la gran estancia era muy agradable e Hilario sudaba por la humedad que generaba la limpia lámina de agua de la piscina. Se sentó en su cómodo sillón relax de piel negra. Fuera empezaba a anochecer e Hilario encendió con el mando a distancia las luces de colores sumergidas. Aunque Hilario era superficial, controlaba algo de música clásica y comenzó a sonar en el equipo una suite de violonchelo de Bach.

Hilario cargó de munición su vieja Beretta del 38.

Fotogramas caprichosos de su vida pasaron delante de sus ojos: Con ocho años sus bronquitis, y como su madre lo acompañaba toda la noche dándole el aire y el cariño que lo sanaban…de jovencito, cuando paró aquel penalty decisivo para su equipo de cadetes, a pesar de que el balón lleno de barro, le rompió el cúbito y el radio. Los inviernos eternos de lluvia, las clases aburridas e interminables de matemáticas, los cubatas, Idoia su primera novia que cortó con él porque no sabía besar ¡No sabía besar! Cómo le gustaría ahora volver a abrazar a Idoia y enseñarle todo lo que había aprendido…Hilarito, estará bien, sale con una chica americana y probablemente se quede allí. Me equivoqué al casarme con Bety, debí seguir con Amanda, pero Bety era de mejor familia ¿Pero quien sabe? Me gustaría que tiraran mis cenizas al fondo del mar, pero está prohibido ¡Hijos de puta! Como me gusta Bach, no soy muy espiritual, pero igual Bach es algo parecido a un Dios…

Hilario apuntó su pistola hacia su sien derecha…

Cuando iba a apretar el gatillo, Hilario observó que había un violonchelista vestido de frac negro al otro lado de la piscina, mirándolo fijamente. Hilario bajó la pistola y apagó la música. Entonces el violonchelista comenzó a interpretar con su bello instrumento la Suite nº1 de Bach.

El agua de la piscina comenzó a bullir, al principio eran solo unas burbujas juguetonas, pero al final parecía un gran jacuzzi desbocado. Las aguas se tiñeron de rojo intenso. El eco del violonchelo transformaba el sonido en el de muchos violonchelos. Las luces ahora se volvieron estroboscópicas y de colores imposibles. Hilario soltó la pistola y se quitó el oxígeno, parecía que se encontraba mejor, que comenzaba a respirar como cuando su madre lo sanaba de pequeño. Súbitamente, una gran plataforma emergió en el centro de la piscina y sobre ella un lujoso despacho de dirección con su mesa, sillas de confidente y sentado en el sillón de dirección, el gran jefe y consejero-delegado de su empresa, al que solo había saludado una vez en un besamanos. El gran jefe se levantó de su silla y le dijo con voz grave:

-         -   Hilario, gracias por los servicios prestados. Puede proceder.

Entonces Hilario, que era superficial, se suicidó.


jueves, 27 de agosto de 2020

Hydra

 



Nunca vi tanta gente junta como en Estambul. A ciertas horas, grandes serpientes de hombres cruzaban el Puente de Gálata para atravesar el Cuerno de Oro. El Mar Bósforo escuchaba la última llamada a la oración de la Mezquita Yuni. Nunca supe dónde se escondían las mujeres en Estambul. Supongo que trabajando en oficinas y trastiendas, ocupándose además de los hijos y las casas. Limpiabotas con sus utensilios de latón, vendedores de Simit empujando sus carritos llenos de roscas, riadas de hombres de ropas oscuras que vuelven a sus humildes hogares entre los exóticos aromas del Mercado de las Especias que comienza a apagar sus luces, para dejar paso a la noche.

Ana y Carlo, llevaban tres días en el barrio de sultanahmet visitando las más bellas mezquitas y monumentos.

Ana y Carlo se habían conocido hacía pocas semanas en España por una web de citas. Habían chateado, hablado por teléfono y se deslumbraron al conocerse en un restaurante hípster entre empanadillas desestructuradas y vinos de autor. Al poco tiempo decidieron emprender este maravilloso viaje de 10 días a Estambul.

A los tres días de maravilloso viaje, descubrieron que les sobraban siete.

Ana comenzó a llorar cada vez con más frecuencia, Carlo a beber cada vez más cerveza.

El frío de febrero, la llovizna intensa y las manadas de perros callejeros por las viejas calles turcas, no parecían el mejor entorno para remontar un historia de amor que en pocas semanas pasó del éxtasis al desencanto.

Ana y Carlo hoy se habían quedado encerrados en las Cisternas Basílica, unos subterráneos sobrecogedores y enormes llenos de agua, columnas y dos cabezas invertidas de Medusa, para impedir que la profecía se cumpla y neutralizar el mortífero poder de su mirada…

A Carlo y a Ana ni les importó que los turistas y los vigilantes hubiesen desaparecido hace tiempo. Ni siquiera que solo quedasen encendidas las luces de emergencia, transformando las cisternas en una gran cueva, aún más fantasmal, con esas extrañas formas blancas que se movían bajo la superficie, ese olor a moho eterno y el sonido de gotas caídas en el agua desde estalactitas imposibles.

Carlo trataba de abrazar a Ana, mientras caminaban lentamente por los pasadizos, atravesando la húmeda penumbra. Ana había comprendido, hacía exactamente 45 horas, que Carlo no la quería. Ella era más joven, 40 años bien llevados, sin hijos, licenciada y funcionaria. Él había cumplido los 50 hace mucho, empresario con sus más y sus menos. Divorciado, dos hijos, varios pleitos y un viejo Mercedes.

Carlo era simpático, Ana sensible, ecologista y animalista.

Al principio las citas en la casita de Carlo fueron muy sensuales y divertidas. La simpatía de Carlo se fue apagando en cuanto soltó todo su repertorio de chistes y habilidades comerciales. Ana creía que Carlo era más culto, pero es que él le sacaba mucho partido a los dos libros y tres películas que recordaba. Las primeras veces en la cama, Ana se sorprendió de que un señor de cincuenta y muchos estuviese en tan buena forma, pero el señor poco a poco se desmotivó. En eso, cogieron un avión a Estambul, pensando en aprehender su propia pasión turca. Craso error.

La humedad penetraba poco a poco en los huesos de Ana, a pesar de su plumífero negro. Ambos caminaban sin rumbo, sin apenas hablar, por las resbaladizas maderas sobre el agua, dónde unos extraños peces blancos y ciegos, parecían extrañamente activos. Era el final. El fracaso de otra relación más. El desencanto, otra vez. La esperanza de un amor duradero, ahogada en la cisterna más grande de Estambul.

De repente escucharon unas pisadas rápidas a lo lejos. Los leves destellos del agua en las columnas apenas iluminaban unos metros. No podían ver quien se acercaba. Se asustaron. Corrieron a esconderse tras la base de unas columnas azules y espectrales. Las pisadas se acercaban. Gritos. Carlo y Ana se abrazaron por primera vez. Los gritos se acercaban. Los gritos se convirtieron en risas. Podían ser policías turcos, algunos con fama de corruptos y violentos. Se dirigían hacia ellos. El expreso de medianoche. Ambos pensaron en terminar el invierno en una cruel cárcel turca. Decidieron salir de su escondite y entregarse.

-          ¡Sorry, sorry! ¡No problem! – Gritó Carlo alzando los brazos. Ana también los alzó para que se viese que no llevaban armas.

Las dos figuras oscuras corrían hacia ellos gritando, estaban muy cerca. El eco de las cisternas amplificada el extraño sonido. Ana cerró los ojos…

Cuando parecía que los desconocidos iban a chocar con ellos, pasaron a través de Carlo y Ana. Y cuando digo a través, no es entre el espacio de la pareja. No. Los atravesaron físicamente y siguieron corriendo hasta detenerse delante de la cabeza invertida de Medusa.

Carlo y Ana, paralizados en el sitio, los siguieron con la vista.

Dos figuras humanas.

Los extraños ahora jugaban, se perseguían, reían y se abrazaban.

Parecían una pareja que se había quedado a propósito encerrada en las cisternas disfrutando de cada momento como si fuese el último de sus vidas.

Los extraños, eran también Carlo y Ana...


miércoles, 26 de agosto de 2020

Casta Diva

 





La cantante de ópera caminaba descalza por el monte, vestida con una túnica de raso marfil.

Se encontró con un paisano y le preguntó:

 - ¿Voy bien para Roma?

El hombre, enjuto y ennegrecido por el Sol, bajó la azada de su hombro y se apoyó sobre ella.

 - Bien, bien no va, más que nada porque deben quedar 500 kilómetros.

La cantante de ópera siguió caminando hacia ninguna parte con la mirada perdida y el paisano permaneció impasible, se quitó la boina y comenzó a abanicarse con ella.

Anochecía, el camino se interrumpía a veces por grandes rocas o tramos pantanosos. Pero la cantante seguía con sus ojos abiertos mirando al futuro imposible.

Casta Diva, che inargenti
Queste sacre antiche piante
A noi volgi il bel sembiante
Senza nube e senza vel


No era la primera vez que protagonizaba Norma. Pero no estaba dispuesta a soportar que el director de escena la visitase todas las noches en la suite de su hotel de Milán para darle indicaciones. Ese italiano colérico era sencillamente insoportable y siempre le decía que estaba demasiado gorda y la animaba a tomar anfetaminas.

La cantante de ópera acababa de dar la espantada a todo el elenco de la Compañía. Faltaba una hora para la función y los productores ya habían avisado a los Carabinieri que peinaban los alrededores de La Scala. Los regidores, los eléctricos y los maquinistas, habían montado su propia búsqueda en los lugares habituales de la diva: La tetería Dolce far niente, el Parque Sempione y todos los rincones donde ella descansaba en la temporada de ensayos.

El público engalanado comenzaba a acumularse en la puerta de La Scala. El alcalde y su mujer, estrellas del rock, Silvio Berlusconi acompañado de una joven operada que al menos tenía 55 años menos que él y muchas otras celebridades permanecían congeladas, ávidas de escuchar a la cantante en su mejor momento y de paso lucir sus diseños y relanzar sus negocios ruinosos.

Fine al rito, e il sacro bosco
Sia disgombro dai profani
Quando il Nume irato e fosco
Chiegga il sangue dei Romani


La diva continuó caminando en la oscuridad. El aroma de la noche lo inundó todo.

Estaba indignada. Los productores la obligaron a promocionar el evento en televisiones y radios de todo el país, pero lo que la sacaba de sus casillas, era tener que alternar con los patrocinadores. Tantos años estudiando música con los mejores maestros del mundo, master class, miles de horas de espera para audiciones, para acabar cenando fetuccini en la mansión del CEO de la FIAT. Por no hablar del acoso continuo de directores y productores. ¡Se acabó! Nunca más más pasaré por eso. ¡Lo juro por las barbas de Verdi!

Suavemente, a lo lejos, comenzó a sonar una orquesta interpretando una melodía muy agradable que no conseguía reconocer. Cambió su rumbo y dirigió sus pies ensangrentados hacia el lugar de procedencia de ese mágico sonido. Un resplandor a lo lejos, entre los árboles. Sonidos de voces humanas y risas. Explosiones. Fuego en el cielo que apenas se veía entre las copas de los árboles. La cantante corrió hacia la música con todas sus fuerzas. La túnica marfil hecha jirones. El aire le quemaba los pulmones. Con un esfuerzo agónico consiguió salir de la maleza. Alguien la agarró y después, entre varios, la arrastraron en volandas hacia un camerino.

 - ¡Pero mira como vienes!

 - ¡Le ha vuelto a dar el jamacuco!

 - Loli, maquíllala y que no se noten las heridas

 - Ayúdadla a vestirse

 - ¡Te llevamos buscando horas y horas!

 - La orquesta ya empezó hace un buen rato para que el público no la líe.

La gran cantante vestía ahora ropas brillantes y joyas. El corrector había tapado todos los rasguños de su cara, ahora maquillada con profesionalidad con base, colorete, sombra, perfiladores, barras y escarcha. La diva resplandecía con una extraña belleza. Entre las cajas del escenario, acompañada por sus asistentes, se disponía a salir a escena. Una voz sonó por la megafonía

Distinguido público, les pedimos un fuerte aplauso para la gran cantante ¡Carmen Cubaner!

La gran cantante salió al escenario del tráiler, agarró el micrófono y comenzó a hacer lo que mejor sabía…

Ay, caramba, ay caramba

Que si tu me persigues

No te beso la bamba


Los viejos de la verbena, siguieron bebiendo vermú apoyados en la sucia barra del bochinche, como si no hubiera pasado nada.

No sabían que una gran estrella brillaba en sus narices…

Ay, caramba, ay caramba...

Que si tu me persigues 

No te beso la bamba

martes, 25 de agosto de 2020

Poesía para nadie

 


Cuándo el gran escritor comenzó a escribir de nuevo, observó que la mesa y el ordenador tenían una ligera capa de polvo. Se levantó, empapó una bayeta de microfibra con agua y limpiador PH Neutro de Mercadona y volvió a su despacho a luchar heroicamente contra el polvo. Con sumo cuidado de no electrocutarse, acarició el PC sensualmente hasta no dejar ni una mota. Volvió a la cocina, escurrió la bayeta verde bajo el grifo y la colgó en el tendal. 

Voy a escribir un gran poema de resistencia y amor en tiempos de pandemia. Ya tengo el título: "Poesía para nadie" 

Al comenzar a teclear el título en su vieja computadora, observó que los objetos de la mesa no estaban convenientemente alineados. Entonces colocó el bolígrafo sobre el dietario de 1992, las gafas, alineadas con el dietario, el teléfono centrado con las gafas y movió la lámpara led, cuya base era un triángulo equilátero para que dos vértices coincidieran con el lado posterior de la mesa. 

Ahora he creado el ambiente perfecto para comenzar mi gran obra poética. Esto le gustará mucho a Lulú, que hace mucho tiempo que no me hace puto caso… 

Lulú no le hacía puto caso al gran escritor, porque ahora salía con un culturista petulante. Pero todo el mundo sabe que el desamor y la traición son perfectos para la lírica inmortal. Las palabras comenzaron a aparecer en la pantalla del portátil: 


POESÍA PARA NADIE

Te difuminaste una tarde lluviosa

 entre el vapor de nuestras lágrimas

mis sábanas me preguntan si volverás

o esta poesía ya para nadie nunca será…

 

El zumbador de la puerta sonó fuerte y estridente.

El gran escritor se levantó contrariado y se dirigió a abrir la puerta, no sin antes alinear cuidadosamente su sillón de dirección con el lado anterior de la mesa.

En la puerta apareció un fontanero gordo de sucio buzo azul.

- Vengo a buscar una fuga en las bajantes de fecales…

- Debe ser un error…

Antes de que el gran escritor se diese cuenta, el fontanero avanzó hacia el baño (Los fontaneros siempre saben dónde está el baño) dejando tras de sí un fuerte olor a sudor y brea.

El gran escritor contempló con horror como las botas de trabajo del plomista dejaban su silueta de color marrón en el brillante parquet. Corrió a por la fregona y llenó un cubo con agua y limpiador neutro de Mercadona.

Unos martillazos comenzaron a sonar en el suelo de su baño. El gran escritor soltó la fregona horrorizado y corrió hacia el baño. Al llegar una nube de polvo y el estruendo del mazo en el mármol, casi le provocan un ictus. 

- ¿Cómo se atreve a picar en mi baño?

- Tranquilo - Respondió el fontanero - corre de cuenta de la comunidad.

- ¡Pero yo no quiero que me rompa el baño! ¡Me está llenando todo de polvo!

- Si quiere le dejo todo así y me voy - Dijo una sombra fantasmal y gorda entre el polvo.

-¡Pero yo soy un gran escritor! ¡Un poeta! ¡Así no hay Dios que escriba!

- Tranquilo, corre de cuenta de la comunidad

 

El fontanero gordo siguió picando toda la tarde.

En esto llamaron de nuevo a la puerta de la calle. El gran escritor fue a abrir.

Un fontanero desgarbado y flaco con una colilla apagada en la comisura de los labios, apareció en la puerta.

- ¿Está aquí mi compañero? - Los martillazos seguían sonando como obuses.

-¿Usted que cree?

- Pues dígale que la fuga estaba en el piso de abajo.

El fontanero desgarbado y flaco se dio la vuelta y se fue.

El fontanero gordo y sucio, recogió su material y se fue.

La casa del gran escritor quedó llena de cascotes, polvo y huellas de dinosaurios.

El desasosiego cabalgaba alegre por todo el inmueble.

El gran escritor estuvo hasta altas horas de la madrugada fregando la casa y alineando todos los objetos del mundo con precisión.

Ya amanecía cuando se sentó en su escritorio, borró sus cuatro versos y comenzó de nuevo a escribir su obra lírica más inmortal.

 

POESÍA PARA NADIE

Te fuiste con un culturista petulante

pero no me importa, vaya por delante

porque en la inmensidad del universo

polvo somos y del más perverso

domingo, 23 de agosto de 2020

¿Tienes fuego?

 

 

Después de 20 años de abstinencia, esa noche Walter decidió que necesitaba fumar un Marlboro y si no lo encontraba, no iba a aceptar nada menos exquisito que un Winston.

Su vieja custom, tardó en encender pero a los pocos minutos ya sorteaba los baches de la carretera de la costa. Nadie arreglaba ya los viales, si acaso rellenaban los socavones abisales con desidia. 

Es que te has convertido
En parte de mi alma…
 

La voz de Caetano Veloso reverberaba aún bajo su casco mientras el viejo foco de luz amarillenta apenas alumbraba la carretera vacía.

Las órdenes de los gobiernos eran confusas, nadie sabía si podían salir de noche de sus casas, nadie sabía si iba a morir o si por el contrario el virus letal, apenas superaba los perniciosos efectos de una gominola… 

Ya nada me consuela
Si no estás tú también…
 

"Hijos de puta, me habéis echado después de 25 años derramando mi tinta por vosotros"

Walter no estaba pasando su mejor momento. Llevaba ya un año en el paro y aún no podía evitar la cólera al pensar en su despido. Un periodista de raza, un outsider, un francotirador…nada de eso le impidió recibir su carta de despido y acogerse a las paupérrimas condiciones del ERE. 

Más allá de tus labios
Del sol y las estrellas…
 

Ni un ruido, ni un alma viva en la pequeña villa pesquera.

Walter atisbó una luz en el interior del bar del puerto, aparcó la moto casi en medio de la calle y empujó la puerta de tablillas mal pintada con excedente de pintura de barco.

Un par de bombillas mortecinas, apenas alumbraban a un puñado de hombres bebiendo en la barra. Una mujer, con exceso de maquillaje, bailaba sola delante de la destartalada Jukebox.  

Devórame otra vez, devórame otra vez… 

- ¿Tenéis tabaco? - Preguntó Walter

- Aquí se viene a consumir - Respondió el viejo mal afeitado y de patitas cortas que atendía la barra.

- Sólo quiero un paquete de Marlboro 

2 hombres fornidos que escoltaban a Walter, se rieron de él.

- Así que este mariquita, quiere Marlboro, ¿No prefieres un Farias para metértelo por el culo?

Risas generalizadas de la parroquia. 

Walter pensó que estaría muy bien en su casa en ese momento con un Lorazepan. El médico le había ofrecido también Prozac, pero él había decidido que un delicioso pitillito le ayudaría a superar su ansiedad. Sentir el dulce y elegante aroma del tabaco rubio, era todo lo que pedía. El reposo del vaquero del Lejano Oeste alrededor del fuego con el ganado a salvo. Le traía sin cuidado la balcanización de Europa, que el universo se expandiese o se contrayese, y que el virus nos matase a todos ¡Quería un jodido Marlboro! ¡No era tanto pedir para un varón blanco, europeo, deprimido, sin pareja y licenciado en Ciencias de la Información!

Dos marineros de 100 kilos cada uno no iban a impedirle libar el mágico humo de sus sueños…

He mojado mis sábanas blancas recordándote... 

Tumbó al marinero 1 con un crochet en el hígado. Esquivó la derecha del marinero 2 y le lanzó una combinación de jab, directo y gancho. Fue lo último que vio antes de desmayarse por el garrotazo que recibió en la cabeza, ejecutado con pericia por el viejo tabernero de patitas cortas. 

Cuando se despertó, sintió el agua salada en su cara. Le dolía hasta el aliento. Estaba tumbado en la orilla de la playa, alumbrado sólo por la noche de estrellas. En la arena había grandes bultos varados, que llegaban en oleadas tranquilas. Se arrastró hacia ellos. 

Efectivamente, amigos míos, rotuladas en rojo, Walter pudo leer unas letras: "Marlboro" 

Sintió pisadas sobre la arena húmeda que se dirigían hacia él.

Una silueta femenina, un rostro en penumbra con demasiado maquillaje.

En la noche de Perseidas, ella preguntó con voz de cazalla:

- ¿Tienes fuego?