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jueves, 17 de abril de 2014

Éxtasis en la playa


Ahora que ha muerto Gabo, me acuerdo de ese verano en el que devoré "100 años de soledad" o más bien el libro me devoró a mí, yo sólo pasaba las páginas y las escenas se representaban en el gran teatro de mi caja torácica, con escenografía exquisita, actores bien caracterizados y hasta el olor de los prostíbulos mágicos. Ese verano yo cumplí 17 años y mi padre, por primera vez, había alquilado un apartamento en una pequeña villa de veraneo del sur de Galicia. Allí me fui yo, adolescente difícil, con una pléyade de hermanos pequeños, que no cabían en el coche, por lo que alquilamos un taxi dónde viajamos los mayores, y los pequeños, con sus vómitos y llantinas, fueron con mis padres y la asistenta, en un pequeño Seat amarillo, del que nos avergonzábamos. El apartamento en cuestión, era imposible para 11 personas, por lo que yo tenía que compartir un dormitorio minúsculo con 2 hermanos. Descubrí que las playitas de ese lugar tenían un cierto encanto, a pesar de que yo abominaba de mi familia y mis intereses eran inconfesables. Me dediqué a tumbarme al sol a una distancia prudente de mi madre y hermanos, y leer sobre la arena las aventuras y desventuras que sucedían en Macondo. En el país real, Franco había muerto hacía muy poco y el hormigón de los ministerios todavía rezumaban caspa. Después de unos días disfrutando muy moderadamente de estas mini vacaciones, una chicas muy monas y de buena familia, me invitaron a ir con ellas a la discoteca del pueblo más cercano "El Marino" Yo no me lo creía, pero veía que había funcionado eso de pasearme con mi torso moreno desnudo y los pantalones blancos ajustados. Todavía hoy tengo calambres en los huevos, pero estaba hablando de algo muy tierno y poético: Esas chicas me acompañaron a la disco, bailamos y volvimos de madrugada con el padre de una de ellas que era del Opus. La chica no del Opus y yo, nos quedamos tumbados en la playa toda la noche. Hablamos y hablamos y aunque yo quería besarla, tuve que conformarme con el éxtasis intelectual de 5 horas de conversación, sus ideas progresistas y sus gustos musicales exquisitos. Cuando comenzó a amanecer, nos dimos un casto beso en la mejilla y nunca más la volví a ver. Esa chica se llamaba Luchi y pensé en ella durante mucho tiempo. El verano terminó y vinieron muchos otros, pero siempre me acompañaba la nostalgia de no pertenecer a ninguna playa, a ningún balneario, a ninguna pandilla, porque los chicos malos, tomábamos el sol en casa y surfeábamos en la calle, sobre los renglones torcidos de una sociedad que comenzaba a respirar de nuevo. 100 años de soledad.