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martes, 3 de noviembre de 2020

La última fiesta de Sr. Baker

 




Las luminarias de sodio arrojaban algo de luz sobre las cansadas losas de Royal Street. Una fina cortina de lluvia creaba el vapor fantasmal que nacía en la calzada. El Sr. Baker volvía de la fiesta de empresa borracho y extenuado. Oyó unos pasos inquietantes tras de sí. Se volvió y no vio nada. Apuró el camino hacia los taxis. Las pisadas de nuevo le perseguían. Se giró y alcanzó a ver una sombra fugaz que se diluyó en la vidriera de un escaparate. El Sr. Baker era un contable cobardón. Comenzó a correr hacia Comodoro Street, donde sin duda habría un taxi salvador. Corría fatigado, maldiciendo los diez Winstons y los cinco Ballantines que había liquidado esa noche mientras intentaba convencer a la Srta. Johansson de Facturación para que lo acompañase a un hotel (A pesar de que Baker llevaba 20 años casado con la encantadora Rose, su novia de toda la vida). A lo lejos atisbó la luz verde de un taxi libre en la parada. Los pasos ahora le perseguían junto a una respiración animal. A pesar de que el Sr. Baker corría más que nunca hacia ella, la luz verde se alejaba más y más. De joven había sido un buen atleta, pero se había dejado y lucía barriga cervecera, pulmones negros y calvicie. Se detuvo en seco. Una figura pequeña y oscura le cortó el paso. Baker no podía ver el rostro de ese ser porque estaba cubierto por una lacia melena negra. Baker supo que era el Diablo.

- ¿Charles Baker?

- Sí

- Acompáñeme...

El ser oscuro comenzó a caminar, casi a volar, hacia un callejón sin apenas luz. Baker lo siguió de forma hipnótica. El callejón daba cobijo a negocios ruinosos que Baker creía desaparecidos hace tiempo: Un anticuario precario, una vieja tienda de partituras extrañas, una pequeña frutería llena de espejos...

El ser empujó una puerta de madera que lucía una aldaba dorada con forma de mano. La mano le indicó a Baker que entrase. Olía a madera húmeda, orines y lejía. Una mortecina bombilla alumbraba el cañón de las escaleras. Ambos subieron por los irregulares escalones de pino gastado. Un descansillo, una puerta entreabierta, el ser oscuro entró. Baker supo que sería la última puerta que iba a cruzar. Extrañamente no estaba aterrorizado. Baker siempre había sido algo ermitaño, solo salía con sus compañeros de trabajo un día al año, apenas tenía relación con su madre y hermanos y la vida con Rose era correcta y rutinaria. El resto, nada. A pesar de no tener mucho que perder, Baker se quedó inmóvil sin traspasar la puerta. Un largo brazo apareció y una mano sarmentosa lo agarró por el pecho y le quemó el corazón. Baker fue arrastrado a un lugar oscuro y terrible donde las almas permanecían prisioneras del dolor absoluto y eterno. Baker comenzó a sentir afilados cuchillos penetrando en su carne, fuego abrasando sus ojos, gritos agónicos, olores nauseabundos...

- ¡Baker, Baker! Me estás aplastando una teta, despierta.

La Srta. Johansson consiguió zafarse del peso muerto de Baker.

- Joder Baker, si lo llego a saber no vengo. Me traes a un hotel de mierda y te quedas dormido encima de mí. ¡Hay que saber beber Baker! Y no se te ocurra contarle esto a nadie, que si no, yo se lo cuento a Rose y tienes más que perder que yo, que soy libre como el viento.

La Srta. Johansson se levantó y comenzó a vestirse. Era una mujer exuberante algo fondona, de rasgos dulces y bonita melena rubia. Entró en el bañó, usó el bidé, se peinó y salió.

- ¡Baker, Baker! Despierta que son las 6 y entramos en un rato a trabajar.

Baker seguía inmóvil en la cama. La Srta. Johansson se asustó. Había oído hablar de infartos letales en hombres maduros que vivían aventuras furtivas. No le gustaría acabar la madrugada en una comisaría explicándole a Rose lo que había ocurrido.

- ¡Baker, joder!

El Sr. Baker comenzó a moverse bajo las sábanas resacoso y somnoliento. 

El Sr. Baker dijo con voz de ultratumba:

- Ponme un Ballantines con mucho, mucho hielo...






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